¿Otra vez?
4 Diciembre 2010
Debe ser muy raro salirse dos veces del mismo organismo en dos años. Justo eso es lo que le ha tocado experimentar a Arturo Osornio Cuadros, quien antier renunció formalmente a la dirección general del Instituto Cultural de León.
A principios del 2009, Osornio, quien en ese entonces era titular de la dirección de Servicios Culturales, se separó silenciosamente de su puesto para, según diría meses después, atender su escuela de oratoria. Semanas antes de concluir el año, fue llamado de nuevo al organismo, pero ahora como director general, tras una renovación del consejo directivo de la institución marcada por la controversia.
Osornio Cuadros se va con el mismo telón de fondo con que llegó: la polémica. Sus problemas de salud le dieron el argumento políticamente correcto para apartarse de un cargo que ejerció mejor de lo que muchos esperaban y en el que se lució como un administrador eficaz y que supo aprovechar las oportunidades para el trabajo interno y elegir bien las cosas que presumir hacia lo externo.
Llama la atención que muchas personas que expresaban su preocupación por la llegada del también orador y coleccionista de juguetes populares, ahora estén inquietas por su salida. Hay en esa ansia, un dejo de simpatía por el desempeño y disposición del Osornio Cuadros que había estado respondiendo correctamente al beneficio de la duda, pero también un malestar por la forma en que se están dando las cosas en el seno del consejo directivo del ICL.
Sólo existe un precedente de ruptura de la necesaria alianza y entendimiento entre un director del ICL y un presidente de su consejo directivo: cuando se determinó la salida de Alicia Escobar en el 2005, tras sus roces con Juan Antonio García.
Justo cuando se nos empezaba a olvidar lo desaseado y anómalo de la conformación del consejo directivo del ICL hace un año, es que salen a relucir de nuevo esas dolencias. Que se tenga que ir su director se puede comprender si recordamos que fue nombrado por casi una docena de consejeros que se reunieron por primera vez y ya con eso tuvieron para designar un presidente (Alfonso Barajas), que segundos después propuso que se nombrara un nuevo director (sin ponerse a revisar que tan mal lo había hecho Mario Méndez) y elegir de una terna donde sólo había un nombre: el de Osornio.
Si en algo se puede enmendar el consejo que encabeza Barajas, es tomándose el tiempo y la reflexión que les faltó hace un año para escoger al que será el gerente del ICL. No se vale, otra vez, que se nombre “soberanamente” al que se dictamine desde Palacio Municipal o desde las oficinas del PAN, o peor aún, al que dócilmente se ponga a modo del presidente.
Sí. La cosa está muy difícil porque no hay mucho de donde escoger, pues las opciones van desde los cartuchos quemados hasta algunos funcionarios actuales del ICL.
Que se tenga que retirar un directivo porque se falló en la creación de un clima institucional favorable desde una u otra parte (o ambas), o porque no se pudieron solventar adecuadamente las observaciones sobre las mediciones y resultados o porque, más vil aún, entraran en juego esas rebatingas de egos, no es algo que se merezca una asignatura tan seria como es la administración cultural en nuestra ciudad.
Esas prisas
Nada sale bien a la carrera. Al cierre de edición de esta columna, no estaba claro si se iba a realizar un ensayo abierto con la Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, un día antes de la “inauguración” del Teatro del Bicentenario este martes.
El colmo está en que se han tenido que repartir pases para el público, pero con la advertencia de que tendrán que averiguar luego si en efecto tal evento se realizará. Son algo así como unos boletos “bilimbique”, ese papel moneda que mandaban hacer los jefes revolucionarios y que perdía su valor en cuanto sus rivales tomaban la plaza.
No hay necesidad de eso. ¿Por qué no abrir el teatro cuando ya esté realmente listo y caladito? (por allá de abril, nos cuentan). Total, no será la única cosa “del Bicentenario” que no estará lista antes de que se acabe el año de marras.
José Luis Meza / a.m.
http://www.am.com.mx/Columna.aspx?ID=10882
Debe ser muy raro salirse dos veces del mismo organismo en dos años. Justo eso es lo que le ha tocado experimentar a Arturo Osornio Cuadros, quien antier renunció formalmente a la dirección general del Instituto Cultural de León.
A principios del 2009, Osornio, quien en ese entonces era titular de la dirección de Servicios Culturales, se separó silenciosamente de su puesto para, según diría meses después, atender su escuela de oratoria. Semanas antes de concluir el año, fue llamado de nuevo al organismo, pero ahora como director general, tras una renovación del consejo directivo de la institución marcada por la controversia.
Osornio Cuadros se va con el mismo telón de fondo con que llegó: la polémica. Sus problemas de salud le dieron el argumento políticamente correcto para apartarse de un cargo que ejerció mejor de lo que muchos esperaban y en el que se lució como un administrador eficaz y que supo aprovechar las oportunidades para el trabajo interno y elegir bien las cosas que presumir hacia lo externo.
Llama la atención que muchas personas que expresaban su preocupación por la llegada del también orador y coleccionista de juguetes populares, ahora estén inquietas por su salida. Hay en esa ansia, un dejo de simpatía por el desempeño y disposición del Osornio Cuadros que había estado respondiendo correctamente al beneficio de la duda, pero también un malestar por la forma en que se están dando las cosas en el seno del consejo directivo del ICL.
Sólo existe un precedente de ruptura de la necesaria alianza y entendimiento entre un director del ICL y un presidente de su consejo directivo: cuando se determinó la salida de Alicia Escobar en el 2005, tras sus roces con Juan Antonio García.
Justo cuando se nos empezaba a olvidar lo desaseado y anómalo de la conformación del consejo directivo del ICL hace un año, es que salen a relucir de nuevo esas dolencias. Que se tenga que ir su director se puede comprender si recordamos que fue nombrado por casi una docena de consejeros que se reunieron por primera vez y ya con eso tuvieron para designar un presidente (Alfonso Barajas), que segundos después propuso que se nombrara un nuevo director (sin ponerse a revisar que tan mal lo había hecho Mario Méndez) y elegir de una terna donde sólo había un nombre: el de Osornio.
Si en algo se puede enmendar el consejo que encabeza Barajas, es tomándose el tiempo y la reflexión que les faltó hace un año para escoger al que será el gerente del ICL. No se vale, otra vez, que se nombre “soberanamente” al que se dictamine desde Palacio Municipal o desde las oficinas del PAN, o peor aún, al que dócilmente se ponga a modo del presidente.
Sí. La cosa está muy difícil porque no hay mucho de donde escoger, pues las opciones van desde los cartuchos quemados hasta algunos funcionarios actuales del ICL.
Que se tenga que retirar un directivo porque se falló en la creación de un clima institucional favorable desde una u otra parte (o ambas), o porque no se pudieron solventar adecuadamente las observaciones sobre las mediciones y resultados o porque, más vil aún, entraran en juego esas rebatingas de egos, no es algo que se merezca una asignatura tan seria como es la administración cultural en nuestra ciudad.
Esas prisas
Nada sale bien a la carrera. Al cierre de edición de esta columna, no estaba claro si se iba a realizar un ensayo abierto con la Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, un día antes de la “inauguración” del Teatro del Bicentenario este martes.
El colmo está en que se han tenido que repartir pases para el público, pero con la advertencia de que tendrán que averiguar luego si en efecto tal evento se realizará. Son algo así como unos boletos “bilimbique”, ese papel moneda que mandaban hacer los jefes revolucionarios y que perdía su valor en cuanto sus rivales tomaban la plaza.
No hay necesidad de eso. ¿Por qué no abrir el teatro cuando ya esté realmente listo y caladito? (por allá de abril, nos cuentan). Total, no será la única cosa “del Bicentenario” que no estará lista antes de que se acabe el año de marras.
José Luis Meza / a.m.
http://www.am.com.mx/Columna.aspx?ID=10882
Etiquetas:
Instituto Cultural de León