2 Febrero 2011
Cada año es lo mismo.
En la entrada, están los Voladores de Papantla, dando exactamente el mismo espectáculo que hace 40 años.
A la izquierda, están los locales comerciales que sólo venden artículos chinos, baratijas y discos piratas, como hace 20 años. A la derecha, están los bares y antros, igual de simples y sucios que hace 30 años, con los mismos músicos, pero 30 años más viejos. Los grupos musicales ofrecen shows de tercera, con cantantes locales, pasados de moda, haciendo el ambiente como de fiesta de XV años.
No hay glamour. No hay modernidad, no hay variedad, no hay creatividad.
Más adelante, está la zona de comida, en donde surge el negocio de Doña Petra y Doña Pascuala y Doña Tomasa, con un menú de enchiladas y huaraches. Afuerita, están las gorditas tarascas, las salchichas alemanas y una variedad de hamburguesas, perritos, sincronizadas, de dudosa procedencia, en locales que ni siquiera tienen agua ni condiciones de higiene apropiadas.
Al fondo, están los juegos mecánicos más caros de la historia. Los juegos tampoco son novedad y lo único que sorprende son los precios. Por ahí también tienen su lugar los gritones que venden 20 ollas por 100 pesos, las rifas, tiros al blanco, dardos que truenan globos, y otros juegos de azar que dan regalos cada cinco días.
El palenque también es una decepción. El programa está dominado por los gruperos el nuevo Centro de Espectáculos parece un platillo volador con un audio terrible.
Es lo mismo, pero más caro. Lo único que ha cambiado en la Feria de León, son los precios. Cada año es más caro todo y ni quien los controle. Todo lo que ahí compres, vale el doble.
¿Qué está pasando ahí?
El nuevo presidente del Patronato, Gabriel Pérez, tiene la responsabilidad de reinventar la Feria de León. Este año de plano fue más gris que nunca. La Feria hizo crisis y los hoteleros se quejan de que no hay visitantes en los hoteles de la ciudad. ¿Qué hicimos con nuestra fiesta en los últimos diez años? Nada. La principal fiesta de la ciudad se ha convertido en un festival de la repetición y el aburrimiento.
Pablo César Carrillo / Milenio
http://impreso.milenio.com/node/8905318